-No me jodas Salvador… que no está el horno para bollos…, que mira que los ruskis los tenemos encima, y estos sí que van a darte el paseíllo como te arrugues guripa- Le respondió el Sargento Sánchez a la vez que le castañeaban los dientes.
Todos aquellos hombres de la Compañía de esquiadores se miraban de reojo. La ventisca no dejaba ver más allá de un par de metros al frente, pero ellos, los olían, los oían, los sentían… Pero poco miedo, si después de veintidós horas de frío infernal cruzando el maldito lago Ilmen, de todas aquellas grietas con agua helada, después de todas aquellos muros de hielo que hubo de franquear, después de ver como muchos camaradas caían abatidos por ese enemigo invisible que era el invierno ruso, después de aquello, cómo una horda sin virtudes ni pasión…, iban a poder con los mejores espadas de la División…